Cuando tocó a Eugenio el turno de ser director de la beneficencia en la prisión por una semana (“Semainier”), tomó medidas extraordinarias para forzar a los prisioneros a ir a Misa. Leflon, al citar las minutas de las reuniones, explica
“En el cuarto punto sin embargo, los directores fueron mucho más precavidos. Acordaron que la falta de religión en algunos de los prisioneros no era buena, pero puesto que las medidas de coerción no se encontraban en nuestros poderes, parecía más recomendable redoblar el celo al exhortarlos a cumplir con un deber que es sumamente necesario e indispensable para la gente en su situación. Aconsejaron que cada Semainier invite “a todos los prisioneros a cumplir con sus obligaciones como cristianos, yendo al servicio divino.”
Esto no disuadió a Eugenio de Mazenod. En la sesión del 20 de enero, el punto fue tratado nuevamente y esta vez los directores decidieron tomar medidas para incrementar la asistencia de prisioneros a la Misa dominical: Se ha decidido hacer tarjetas, igual al número de prisioneros; estas tarjetas tendrán el sello de la organización , con la palabra “sopa”; cada Domingo y cada Día de Guardar, al salir de Misa, el Semainier entregará una a cada prisionero que haya asistido a Misa y será entregada al distribuirse la sopa; él observará en forma estricta que la sopa sea proporcionada sólo a quienes le devuelvan la tarjeta, confirmando que estuvieron presentes en la Misa celebrada por el capellán de la prisión.
La adopción de esta medida tuvo poco resultado y en la reunión del 24 de marzo, “Demazenot fils,” el Semainier saliente, denunció los trucos de los prisioneros para eludir al sistema. Después de declarar que “todo estuvo en orden durante la semana,” y que “el pan fue de buena calidad,” Eugenio añadió: quisiera también poder dar un reporte favorable en cuanto al gusto de los prisioneros de cumplir su deber cristiano de asistir a Misa. Hay un grupo de hombres en la prisión que creen estar por encima de este precepto. He visto en Misa sólo a dos de ellos que en prisión, se creen ser de la clase alta y ser superiores a quienes llaman escoria, simplemente porque pudieron pagar los seis céntimos necesarios para asignarles un cuarto. En cuanto a los llamados “escoria” la mayoría requirieron mis exhortos. Sin embargo, puesto que no fueron todos incluidos, sentí mi deber conocerlos, para poder imponerles el castigo prescrito. Así fue como fui de un lado a otro asegurándome de que no escaparan de mi vigilancia. Tenía una lista de prisioneros y les llamé por sus nombres uno a uno. Se permitió a cada uno salir al responder a su nombre, y quienes no respondieron tuvieron una marca después del nombre en la lista y no recibieron sopa, que se repartió en mi presencia. La sorpresa que esta medida causó me confirmó que es preferible a la de las tarjetas, pues habían encontrado la forma de eludirlas. La única precaución necesaria es vigilar a quien reparte la sopa, pues al dar doble ración a los amigos de quienes no la recibieron, harían inútil la tarea.
Pero en vista de que cualquier ventaja resultado de esta justa medida se disipara por no seguir todos el mismo modo de acción, ruego a mis colegas continuar su celo en cuanto a esta medida.
Así, por iniciativa propia, Eugenio inauguró un Sistema de control que tomó por sentado seguirían todos sus colegas.” Leflon I pág. 285
No hay duda de la buena intención del joven noble, aunque su método para obtenerlo ciertamente dejó mucho que desear. El descubrimiento de Eugenio y su relación con Cristo Crucificado cambiaría radicalmente su enfoque y le enseñaría a tratar a los pobres con dignidad y respeto.
“El respeto por uno mismo guía nuestra moral, el respeto por los demás guía nuestros modales.” Laurence Sterne