He buscado la felicidad lejos de Dios y por demasiado tiempo, para mi desgracia
Hemos visto en los textos de las últimas semanas cómo Eugenio buscaba la felicidad en lugares donde no se hallaba.
¡Cuántas veces en mi vida pasada mi corazón desgarrado, atormentado, se lanzaba hacia su Dios de quien se había apartado!
Reconoce que hubo momentos en su vida pasada en que se había enfocado a Dios, pero no había permanecido. Tal vez durante los últimos meses de reflexión profunda y de búsqueda al acercarse al Viernes Santo, también había dudado en su enfoque. Ahora el impulso de la vista de la cruz hizo que todo se adecuara en forma definitiva.
…mi alma se lanzaba hacia su fin, hacia Dios, su único bien, cuya pérdida sentía vivamente
El ver la cruz fue el impacto que necesitaba para un cambio definitivo de dirección. Su corazón herido y atormentado, como un ave, cambió su patrón de vuelo, buscando volar de forma permanente hacia Dios.
He buscado la felicidad lejos de Dios y por demasiado tiempo, para mi desgracia
Diario de Retiro, Diciembre 1814, O.W. XV núm.130
Eugenio hace eco a la famosa conversión de San Agustín. El detonador para Agustín fue la voz de un niño cantando en un jardín, que le llevó a la Biblia y al texto de Romanos 13: 13-14: “Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias.”
Como Eugenio, Agustín pudo iniciar un trayecto de cambio que describió tan inolvidablemente en las Confesiones:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y abraséme en tu paz.
Como Eugenio, Agustín, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila e innumerables otros que han narrado su camino a la conversión, cada uno de nosotros tiene una historia de búsqueda de la verdadera felicidad en nuestras vidas. Puede no haber sido tan dramática como algunas de estas narraciones y es improbable que publiquemos un libro sobre ello. PERO cuando Dios tocó nuestros corazones, no hubo forma de que pudiéramos resistirnos al cambio hacia donde se encuentra la verdadera felicidad.
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba.” San Agustín