¿Puedo olvidar aquellas amargas lágrimas que la vista de la Cruz hizo brotar de mis ojos un Viernes Santo? ¡Ay! salían del corazón y nada pudo detenerlas, eran demasiado abundantes para poder ocultarlas a quienes como yo, asistían a aquella emotiva ceremonia. Me encontraba en pecado mortal y era eso precisamente lo que ocasionaba mi dolor…
Feliz, mil veces feliz de que ese Padre bondadoso, a pesar de mi indignidad, me haya otorgado la inmensa riqueza de su misericordia.
Diario de Retiro, Diciembre 1814, O.W. XV núm.130
Podemos cambiar nuestra forma de ser por temor al castigo o por amor. Es más probable que perdure algún cambio realizado por amor. Eugenio muestra poderosamente esta convicción en el retiro justo antes de su ordenación sacerdotal:
Nunca he necesitado la idea del infierno para llevarme a Dios, nunca he podido considerarlo en mis actos de contrición. Al desconocer a mi Dios, no me retenía el temor del infierno; ahora que he vuelto a él por un camino diferente al temor al infierno y aunque no lo hubiera, quisiera amar y servir a mi Dios toda mi vida.
Notas de Retiro previas a su ordenación, Diciembre 1811, O.W. XIV núm.95
Al mirar la cruz con Eugenio, recibimos su invitación de ver solo el amor de Dios – y a través de los amorosos ojos de nuestro Salvador Crucificado, vernos a nosotros mismos y a quienes nos rodean, como realmente somos.
“La mayor felicidad en la vida es la convicción de ser amados; amados por ser nosotros mismos, o más bien, amados a pesar de nosotros mismos.” Víctor Hugo