La Revolución Francesa había intentado destruir o tomar el control de la religión por casi 25 años. Con la destitución definitiva de Napoleón, se esclareció el camino de Eugenio para poner en práctica su sueño de establecer una comunidad misionera que trabajara en la restauración del lugar de Dios en las vidas de los más abandonados. Eugenio ve una fuerza sobrenatural que lo empuja a tomar finalmente la decisión de continuar con su proyecto. Él dice que es la segunda vez que ha sido impulsado a hacer algo por una fuerza externa a él – la primera habría sido su decisión de cambiar radicalmente su estilo de vida en Aix y marchar al seminario para ser sacerdote.
Ahora te pregunto y me pregunto a mí mismo, cómo yo, que hasta ahora no había podido determinarme a tomar un partido, sobre ese objetivo, de pronto me encuentro haber puesto en marcha esa máquina, haberme comprometido a sacrificar mi descanso y arriesgar mi fortuna para realizar un establecimiento cuyo valor sentía, pero para el cual sólo sentía un atractivo combatido por otros designios diametralmente opuestos.
Es un problema para mí y es la segunda vez en mi vida que me veo tomando una resolución de las más serias como movido por una fuerte y extraña sacudida.
Cuando reflexiono sobre ello, me convenzo de que Dios se complace en poner fin a mis irresoluciones
Carta a Forbin Janson, el 23 de octubre 1815, E.O. VI n.5
Algunos meses después fundó a los Oblatos. Al recordar el suceso, agradecemos con Eugenio, que Dios haya sido la fuente de nuestro establecimiento y de nuestra historia de 200 años, como Sus misioneros.
Nuestro origen divino fue una convicción constante en la vida de Eugenio, expresada hasta en su lecho de muerte:
Aseguradles que muero feliz… que muero feliz porque Dios ha sido muy bueno conmigo por elegirme para fundar la Congregación de los Oblatos en la Iglesia.
Joseph Fabre (sucesor de Eugenio como Superior General), Carta circular 1861