En continuidad con el intento de convencer a su madre sobe el valor de su vocación, Eugenio usa la idea de cooperador del Salvador, siendo valioso la totalidad del ministerio incluso si sólo llevara a una persona a conocer la salvación. Después muestra a su madre como su “sacrificio” de dar a su hijo será beneficioso para su propia salvación.
Ah! mi querida madre, si se penetrara bien de una gran verdad, de que las almas rescatadas por la sangre del Hombre-Dios son tan preciosas que, si todos los hombres pasados, presentes y futuros dedicaran a salvar una sola, cuanto tienen de talentos, medios y vida, ese tiempo estaría bien, admirablemente bien empleado, bien lejos de lamentar que su hijo se consagre a ese divino ministerio, no cesaría Vd de dejar dar gracias a Dios porque, en su misericordia ha querido llamarme a un tan elevado favor por una vocación que viene visiblemente de El.
Así pues, rechace todos los pensamientos y pesares que invaden su espíritu, como verdaderas tentaciones del espíritu maligno, ese enemigo implacable de todo bien que no puede aguantar que la santa religión de Jesucristo, que intenta siempre con un encarnizamiento renovado hacerla más odiosa y más despreciable, sea ensalzada un día el espíritu de algunos por la calidad del individuo que se consagra a su servicio.
Sometiéndose con alegría a los designios de la Providencia sobre mí, participará de todo el bien que con la gracia de Dios yo espero hacer un día, y, el día del juicio, podrá decir con confianza al Soberano Juez : «Es cierto, os he ofendido, pero os he dado un hijo del que habéis querido serviros para salvar gran número de almas que sin él os maldecirían eternamente en el infierno; poned, poned pues en la balanza de mis buenas obras, el sacrificio que os he hecho de mi hijo único, sacrificio voluntario o por lo menos hecho con una resignación verdaderamente cristiana y que, por consiguiente, debe serme contado».
Carta a Madame de Mazenod, el 29 de junio 1808, E.O XIV n.61