LA ORDENACIÓN : UNA OBLACIÓN GOZOSA Y GENEROSA

Eugenio reflexiona sobre la experiencia de su ordenación como subdiácono, particularmente sobre sus pensamientos durante la Letanía de los Santos. Aunque él no es todavía un “Oblato”, es el lenguaje de oblación gozosa y generosa que predominará en sus descripciones del ministerio – en las cuales invita a participar a su madre.

Sí, es verdad que, mientras estaba postrado rostro en tierra en el momento en que toda la Iglesia pedía a Dios reiteradamente que hiciera bajar su Espíritu con todos sus dones sobre nosotros, yo le suplicaba con insistencia que le bendijera y le convenciera de que, ofrecer voluntariamente a su hijo al Señor del universo, no es perderlo, sino más bien ganarlo para toda la eternidad. Querer ahora expresarle la alegría que el Señor ha derramado en mi alma, en este día dichoso, sería cosa imposible. La dicha que se siente en ese instante es inefable y no hay que creer que pueda ser, tal vez, porque las huellas que deja son leves y poco profundas. Seguro que no! Ese estado en que le coloca la gracia de la ordenación es estable y permanente, habitual en el alma pero, como es todo divino no se puede expresar en palabras. Es una plenitud espiritual, son elevaciones hacía Dios, son deleites que inundan el alma. Cómo se lo diré? Una vez más, es una gran dicha que pueda sentirse muy vivamente, pero que uno no puede explicarse a sí mismo, y menos todavía puede explicar a los demás. Después de esto, que vengan a hablarme de la belleza del sacrificio, etc, etc.
¡Dios mío! ¿Será un sacrificio grande el no dar casi nada, para recibirlo todo? Lo veía tan claro el día de mi ordenación que pedía a Dios, por intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los Santos a los que se invocaba en esos momentos sobre nosotros, que hiciera descender sobre mí plenamente sus misericordias, aceptando el ofrecimiento de mi libertad y  de mi vida que ya le pertenecían por tantos títulos. Qué verdaderas  son las palabras que el Pontífice nos dirigía al recibir nuestras promesas ¡que servir a Dios es reinar!…

Carta a Madame de Mazenod, el 6 de enero 1810, E.O XIV n.66

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