Eran tiempos de crisis para la Iglesia. Los años iniciales de la Revolución francesa vieron hacer todo lo posible por destruir la “superstición de la religión”. Las Iglesias habían sido destrozadas, los religiosos y sacerdotes asesinados o expulsados. Napoleón había detenido la destructiva persecución, pero controlaba a la Iglesia y sus actividades. Ahora, en la restauración de la monarquía, la Iglesia era libre y tenía que enmendar la destrucción de los 25 años previos. La gente era, generalmente, ignorante de su fe y sus prácticas y, aquellos que se encontraban en las zonas rurales estaban incluso más abandonados que los que vivían en las ciudades. Por esta razón, la “terapia de choque” de los misioneros tenía que prolongarse y profundizarse.
La misión no durará menos de tres semanas, en contraste con los retiros que pueden ser de tres u ocho días, pero nunca más de quince días.
Regla de 1818 Capítulo segundo, §1 artículo 9
Las misiones se podían prolongar durante un mes o más, pero nunca más de seis semanas.
Regla de 1818 Capítulo segundo, §1 artículo 10
La duración era necesaria en orden a asegurar una catequesis de adultos complete y profunda para instruir a la gente y para trabajar en su conversión, llevándoles a una mayor y más significativa participación en la vida sacramental y de oración de la iglesia local, buscando igualmente el cambio en la calidad de sus vidas y de sus relaciones sociales. El tiempo básico de una misión eran tres semanas, pero con la posibilidad de añadir otras tres, hasta que los misioneros estuvieran satisfechos de que sus esfuerzos habían echado raíces.
Hoy, en nuestro superficial y en ocasiones cambiante mundo, me pregunto a mí mismo si nuestra evangelización profundiza lo suficiente para hacer realmente diferentes a las personas, echando raíces en sus vidas. De tres a seis semanas era un tiempo largo, pero la naturaleza nos enseña que no hay plantas que crezcan en un instante. Solamente decir algo no lleva consigo, necesariamente, que la semilla haya sido plantada.