Escuchando hablar al corazón misionero de Eugenio, recuerdo las palabras del Papa Pablo VI
“el hombre contemporáneo escucha más gustosamente a los testigos que a los maestros, y si escuchan a los maestros, es porque ellos son testigos”
Discurso a los miembros del “Consejo de Laicos” 1974
Los predicadores de la misión tenían que ser imitadores del Salvador hasta la médula- lo cual era logrado gracias a la oración, al estudio y a acciones prácticas. De ahí su hincapié en lograrlo con el ejemplo más que con las palabras:
Lo que yo deseo es que se predique de manera provechosa, dejando de lado todo amor propio. Sin esto no se obtendrá gran fruto. Espero que nuestros Padres habrán pensado también en actuar con mucha prudencia al tener que vérselas con hombres tan mal dispuestos.
Recomiéndeles que se comporten como santos, como verdaderos apóstoles, uniendo a la predicación la modestia exterior y una gran caridad con los pecadores. Que se pueda juzgar por su actitud que no son predicadores ordinarios, y que están realmente animados por un celo que es propio de su santa vocación.
Que no se olviden a sí mismos, si de veras quieren ser útiles a los demás. Que por consiguiente recen mucho. Entonces Dios vendrá en su ayuda y todo irá bien
Carta a Henri Tempier, el 30 de marzo 1826, E.O. VII n. 233
En la Regla, Eugenio insistió en que
Debemos convencernos a nosotros mismos de que es indispensable practicar todas las virtudes y no desconocer ninguna de ellas.
Sólo de este modo el misionero da solidez a la doctrina. El modo más convincente de convertir a la gente era
Hacer evidente que lo que enseñamos nos invade y que hemos comenzado a practicarlo antes de intentar enseñarlo a los demás.
Regla de 1818 Capítulo tercero, §1