Continuando su retiro de preparación para la ordenación, Eugenio medita sobre su plenitud de pecado en unos términos vívidos (me he entregado al diablo como su esclavo), Eugenio vuelve al amor de Dios, el cual le ha abrumado y al cual quiere pasar el resto de su vida respondiendo. Esto es sobre lo que tratará su sacerdocio.
Estoy pues convencido de no haberos amado nada. Pero ¿a quién he amado en lugar de Vos? Al demonio. Si, al demonio, al que ha sido mi Dios, es a él a quien he prostituido todo mi ser. Así es como he cumplido el fin para el cual, había sido creado: he odiado a mi Creador, o por lo menos he actuado como si lo odiara, y me he entregado al demonio para ser su esclavo.
Y es a un monstruo semejante, o Dios mío, al que Vos habéis querido reivindicar, al que vos habéis admitido en vuestro santuario, al que vais a investir pronto de vuestro sacerdocio.
Dios mío ¿donde están los términos que me harían falta para expresar lo que ese infinito, esa incomparable bondad me hace sentir? Mi frente está en el polvo, mis labios están pegados al suelo, mi alma está anonadada, no puedo más.
Dios mío redoblad, triplicad, centuplicad mis fuerzas; que os ame no solo tanto como yo puedo amaros, que eso no es nada, sino que os ame tanto como os han amado los santos, tanto como os amaba y os ama vuestra Santísima Madre. Dios mío, no basta eso, y ¿por qué no desearía amaros tanto como os amáis vos mismo? Eso es imposible, lo sé, pero el deseo no es imposible, ya que lo formulo con toda la sinceridad de mi corazón, con toda mi alma. Si, Dios mío, quisiera amaros tanto como os amáis a vos mismo; así es como pretendo reparar mi pasada ingratitud.
Notas de retiro antes de su ordenación sacerdotal,
1-21 de diciembre 1811, E.O. XIV n.95