SU MARAVILLOSA MISIÓN DE DAR A CONOCER A JESUCRISTO Y EXTENDER SU REINO, SIGUIENDO LAS HUELLAS DE LOS APÓSTOLES

Al escribir a los primeros cuatro Misioneros Oblatos en Jaffna, Eugenio recalcó lo que debía ser la fundación de su misión.

“No pudiendo escribir a cada uno de ustedes me dirijo a todos, mis queridos hijos, llamados por Dios a una misión tan bella. Honren su gran ministerio con la práctica de todas las virtudes religiosas. Sean fieles observantes de sus santas Reglas, viviendo en la unión más perfecta y dejándose guiar solo por la obediencia…

No permitan que el clima les abata. Hay que servir con fervor a Dios en todas partes. Si sospechara que empeorarían en esa tierra que deben regar con su sudor para devolver a los demás a sus deberes, para instruir a quienes no conocen al Dios verdadero, les llamaría indignos de su vocación y sentiría haberlos elegido sobre tantos otros para la maravillosa misión de dar a conocer a Jesucristo y extender su reino, siguiendo las huellas de los Apóstoles.

Pero no, nunca me darán esa pena. Por el contrario, tendré que felicitarme por haberles confiado el interés de la gloria de nuestro Dios y el honor de nuestra querida Congregación. Sean pues benditos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y bajo la maternal protección de María Inmaculada”.

Carta al P. Etienne Semeria y los Oblatos pioneros en Ceilán, Enero 25, 1848, EO IV (Ceylon) núm. 2

REFLEXIÓN

El mandato de Eugenio continúa actualmente en la maravillosa misión de la Familia Mazenodiana de dar a conocer a Jesucristo y extender su reino, siguiendo las huellas de los Apóstoles.

«A medida que va creciendo nuestra comunión de espíritu y de corazón, damos testimonio ante los hombres de que Jesús vive en medio de nosotros y nos mantiene unidos para enviarnos a anunciar su Reino.» (Constituciones y Reglas, C37)

«El que quiera ser de los nuestros, deberá arder en deseos de la propia perfección,
estar inflamado en amor a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia, y en celo ardiente por la salvación de las almas.» (Eugenio de Mazenod 1853)

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