RECONOCE TUS ERRORES Y PIDE PERDÓN POR ELLOS

El Padre Molinari, quien tenía 28 años y trabajaba en Córcega, mostraba un mal estilo de vida.  Eugenio había confiado en él y se sentía decepcionado.

“Mi querido P. Molinari, nunca habría esperado que pudieras darme una tristeza tan grande. Respondí por ti ante el Consejo de la Congregación y a sus miembros más antiguos, que con toda razón, deseaban estuvieras a prueba por más tiempo. Creí en tus promesas, y confié en que como me dijiste, jamás me harías arrepentir. Sin embargo, ¿qué has mostrado? Falta de espíritu religioso, de humildad, falta de deferencia con tus superiores, falta de piedad; fallaste a mi expectativa, al no cumplir ninguno de tus deberes. Desde el comienzo adquiriste la actitud de los malos religiosos italianos que son el escándalo de la Iglesia, que solo ‘piensan en ellos y viven sin Reglas ni el espíritu de su santo estado. Además, con gran extrañeza mía, no se ha podido hacer nada contigo en ninguna parte”.

El superior local le había escrito, “estaba fumando, bebiendo y en ocasiones haciendo ciertas declaraciones radicales y durmiendo hasta tarde en las mañanas, un tanto rebelde en cuanto a la observancia regular…” Eugenio, aunque reconocía sus fallas, también veía el bien en él.

“Reconoce tus errores, y pide perdón por ellos. Ciertamente nadie está mejor dispuesto a tu favor que yo, pero sé razonable y júzgate a ti mismo; decide si te es posible mantener nuestras prácticas religiosas, el espíritu de nuestras Reglas, nuestras costumbres, nuestros principios y nuestra forma de pensar. Al admitirte, se te dijo deberías adaptarte a nuestro molde; siendo uno de nosotros, no puedes ser diferente; eso es inconcebible. ¡Mira la dificultad en que me pones! Y es tu mayor falta. Dependía de ti obrar de otra manera y me habría alegrado con tus éxitos, mientras que debo sufrir por toda tu  mala conducta”.

Carta al P. Jean Baptiste Molinari en Córcega, Febrero 10, 1848, EO X núm. 965

REFLEXIÓN

Eugenio estaba dispuesto a hacer lo más posible para ver el bien en sus Oblatos y disculpar sus fallas, si admitían su equivocación y hacían esfuerzos por cambiar.  Esta actitud es evidente en su carta paternal pero firme al joven Oblato.

«El resultado de una experiencia es la lección más permanente. Cuando uno comete un error y es lo suficientemente sensato para aprender de su él, se trata de una medida correctiva.  Todo el proceso del error a la corrección termina con la experiencia».  (Anil Sinha)

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