Eugenio admiraba al talentoso P. Toussaint Dassy, aunque también conocía su personalidad difícil y en ocasiones, sus expectativas inalcanzables para los demás. Era el superior de la comunidad misionera en Nancy, que también era noviciado. El maestro de novicios era el Padre Dorey, de 27 años, quien había sido ordenado 10 meses antes y preocupaba al P. Dassy.
“Estoy encantado con todo lo que me dices del P. Dorey; conocía su mérito. Te recomiendo darle mucho espacio para ejercer sus funciones. Está bien que te consulte, pero nunca te interpongas entre él y los novicios, pues ese es su campo de autoridad.
También mencionas querido amigo, que temerías un mal resultado si fuera necesario que el nuevo maestro de novicios siguiera las huellas de su predecesor. Me preocuparía que exigieras al nuevo maestro de novicios más de lo que deberías. Ten cuidado entonces de no abusar de su inexperiencia…”.
Eugenio señala al P. Dassy qué él tampoco es perfecto
“… pero tú, mi querido hijo eres demasiado vano y susceptible. Sacas a veces conjeturas erróneas, pero si fueran verdaderas, sería un error quejarte pues no eres perfecto, y si hubiera algo malo en tu conducta o en tu dirección, se me debería informar para darte mis consejos, sin que por ello te sintieras humillado ni tendrías que perdonar nada.
Voy a probarte cómo tus sospechas o conjeturas son equivocadas: Me dices que sin duda el P. Santoni va a llenarme de ideas sobre ti. Y así, te aseguro que solo me ha dicho cosas buenas de ti…”.
Eugenio concluye su carta según su costumbre: siempre que debía escribir a un Oblato para corregirle por sus errores y darle algún consejo, se despide expresando su afecto paternal por él.
“Adiós, mi queridísimo hijo, sin duda agradeces mi consejo paternal, que te demuestra cuánto te quiero”.
Carta al P. Toussaint Dassy, Octubre 14, 1848, EO X núm. 989
REFLEXIÓN
“La corrección es de mucha ayuda, pero el aliento ayuda más”. (Johann Wolfgang von Goethe)