¡Eugenio de Mazenod era una persona muy ocupada! Superior General de muchos Oblatos en Francia y otros lugares, Obispo de una diócesis grande y demandante, además del poder detrás de los Oblatos que comenzaban las misiones en el extranjero. Repasar sus escritos en orden cronológico puede ser algo confuso, pues abarcan las tres áreas al mismo tiempo. En los últimos meses y con la intención de tener claridad, he reflexionado en los escritos referentes a Francia y la diócesis de Marsella, aunque al mismo tiempo mucho estaba sucediendo en el mundo Oblato fuera de ahí, y a eso nos enfocaremos ahora.
En 1818, Eugenio expresó su visión de la congregación misionera:
“¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto?
Su Fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios;
sus primeros padres, los Apóstoles.
Han sido llamados a ser
los cooperadores del Salvador,
los corredentores del género humano.
Y aunque, por razón de su escaso número actual
y de las necesidades más apremiantes
de los pueblos que les rodean,
tengan que limitar de momento su celo
a los pobres de nuestros campos,
su ambición debe abarcar, en sus santos deseos,
la inmensa extensión de la tierra entera”.
Regla de 1818
En 1818 había pocos misioneros y se centraban en Provenza, aunque con la intuición de fundador, Eugenio vio más allá de su parte del mundo. Treinta años después, en 1848, su visión profética se cumplía: los Oblatos ya se encontraban en Córcega, Inglaterra, Canadá, los Estados Unidos y Ceylán.
REFLEXIÓN
«Los verdaderos misioneros que nunca dejan de ser discípulos, saben que Jesús camina con ellos, habla con ellos, respira con ellos, trabaja con ellos”. Papa Francisco