HIJOS DE MARÍA INMACULADA

Escribiendo desde Roma, donde debía participar en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, Eugenio escribió a los Oblatos en Marsella.

Es necesario que el mismo día de la fiesta se exponga el Santí-simo Sacramento sobre las once de la mañana, que es la hora en la que el Papa va a proclamar la definición dogmática anunciada y, después de la oración de acción de Gracias, se cantará también con santo entusiasmo el Tota Pulchra es, etc. Es lo mínimo que podríamos hacer para manifestar nuestra alegría y nuestra gratitud con motivo de este gran acontecimiento del que nadie debería ale-grarse más que nosotros, hijos de María Inmaculada, nosotros, miembros de la Congregación que milita bajo ese hermoso nom-bre, verdadera prerrogativa personal por la institución del jefe mismo de la Iglesia, el gran Papa León XII.

Apruebo de antemano todo lo que se haga para solemnizar más que nunca la fiesta de la Inmaculada. Que se ilumine la santa montaña   el doble de lo que se hace para la fiesta de agosto. Hay que provocar fuegos de alegría, no descuidar de hacerlo en Mon-tolivet, hay que iluminar todas las ventanas de nuestra casa de la Guardia, la fachada del Calvario. En una palabra, haced todo lo que podáis para manifestar los transportes de alegría que sientan todos los verdaderos hijos de María.

Carta al P. Casimir Aubert en Marsella, 28 de noviembre de 1854, EO XI n 1255

REFLEXIÓN

Debido a la estrecha relación que mantuvo con María a lo largo de su vida, ella le acompañó hasta el fruto de su vientre: Jesús. Que aprendamos a mirarla como nuestra madre y nuestra compañera de fe en nuestra peregrinación cristiana, para que pueda mostrarnos el fruto de su vientre, tal como se realiza en nuestra propia muerte.

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