¡QUÉ DESASTRE ES MI ESCRITORIO!

Un vistazo a la vida cotidiana del Obispo de Mazenod, Obispo de la seguna diócesis más grande de Francia, Superior General de una Congregación misionera en cuatro continentes. Escribe al P. Casimir Aubert, quien había sido su secretario para los asuntos Oblatos, pero tuvo que ser enviado a Inglaterra para encaminar la incipiente provincia.

“¡Qué desastre es mi escritorio! En este momento hay por lo menos 150 cartas, de las cuales gran número espera respuesta. ¿Es culpa mía? No, mil veces no, sino tuya. ¿Desde cuando se deja solo a un Superior General que debe corresponder con cuatro partes del mundo y que de ordinario, algo monstruoso, está obligado a sacar copias de sus cartas que debe conservar?  Por eso, desde mi regreso cuento doce páginas de este inmenso registro en folio que conoces, escritas por entero de mi mano con letra pequeña. Quiero que sepas, que el viernes pasado me senté al escritorio a las siete, al bajar de la capilla, y no me moví hasta las seis de la tarde que vinieron por mí para comer. Ni siquiera tomé la taza de chocolate que me llevaron al mediodía para la colación; ¡y es un obispo casi septuagenario quien debe hacer todo ese trabajo!”

Carta al P. Casimir Aubert, Visitador en Inglaterra, Noviembre 24, 1849, EO III núm. 33

REFLEXIÓN

Siempre me sorprende la energía y la cantidad de trabajo que Eugenio podía realizar.  La clave de ello se encuentra en el enfoque diario recibido durante su oración matutina del breviario, la meditación  y reflexión de las Escrituras y de su oraison vespertina (en ocasiones ya muy entrada la noche) que nunca se perdía.

“Si deseas que algo se haga, pídele a alguien atareado que se encargue.  Mientras más haces, más puedes hacer”.  (Lucille Ball)

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