LA REGLA OBLATA ES UN SANTUARIO QUE CONSERVA VIVO NUESTRO IDEAL DE PREDICAR LA BUENA NUEVA A LOS POBRES

Al iniciar su ministerio público, Jesús anunció: “El espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres”. (Lucas 4, 18)

Un Viernes Santo, cuando el joven Eugenio sin objetivo miró la Cruz, se dio cuenta de ser pobre, un pecador que se había alejado de Dios:

“Busqué la felicidad lejos de Dios y por demasiado tiempo, para mi desgracia. ¡Cuántas veces en mi vida anterior mi corazón desgarrado, atormentado, iba a Dios, de quien se había apartado! ¿Puedo olvidar aquellas lágrimas amargas que la vista de la Cruz hizo brotar de mis ojos un Viernes Santo? Salían del corazón y eran demasiado abundantes para poder ocultarlas a quienes como yo, asistían a esa ceremonia emocionante. Yo estaba en pecado mortal y eso era precisamente lo que ocasionaba mi dolor”.

Notó su pobreza y que Jesús le había llevado la buena nueva de salvación:

“Feliz, mil veces feliz de que ese Padre bondadoso, a pesar de mi indignidad, hubiera derramado sobre mí la inmensa riqueza de su misericordia”.

Diario de Retiro, Diciembre 1814, EO XV núm. 130

En 1817 fundó a los misioneros Oblatos, al comprender el significado de ser pobre y necesitar la salvación, deseando llevar la Buena Nueva a los pobres que no conocían la misericordia y el amor de Dios.

Así, podemos decir que nuestra Regla Oblata es un santuario que conserva este ideal y nos ayuda a vivir como pecadores redimidos: reconocemos nuestra pobreza y permitimos que el amor y la misericordia de Dios nos transforme.

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