Eugenio era un orador dotado que no podía quedarse con un texto preparado porque él sabía exactamente qué reacción quería conseguir de sus oyentes, pero siempre viniendo de su propia experiencia de intentar imitar a Cristo Salvador en su vida. Su biógrafo, Jean Leflon, lo explica:
Sus dones naturales le permiten una auténtica elocuencia. «Como orador nato, el P. de Mazenod no puede contentarse con recitar un discurso bien compuesto que entorpecería su acción y la privaría de sus recursos. Esto no quiere decir que su predicación no estuviera preparada; al contrario, los esquemas que nos quedan prueban que sobre cada asunto acumula documentos, ordena materiales, hasta redactar ciertos pasajes con sumo cuidado. Pero una vez en el púlpito se olvida de sus papeles para entrar de un modo más directo en comunicación con el auditorio. Según vea las disposiciones y reacciones de éste, modifica el plan, suprime y añade, rehaciendo, como quien dice, el fondo y la forma en una superación constante.
«Su talento nunca estaba en mayor altura que cuando tenía que resolver una dificultad surgida de repente,. Cuanto más repentina era una improvisación, más afortunada resultaba; cuanto más fuerte el choque, más seguro el éxito». Así escribía un buen juez, antiguo decano del Colegio de Abogados de Aix, Tavernier.
J. Leflon, Eugène de Mazenod, Évêque de Marseille, Fondateur des Missionnaires Oblats de Marie Immaculée, 1782 – 1861, Volume II, p. 112 – 113