Leflon continúa de describir la impresión que Eugenio hace como predicador:
Todo se daba la mano para impresionar : su gran estatura, su talante distinguido, el fuego y profundidad de sus ojos negros, la sonoridad de su voz, unas veces acariciadora y suave, otras trepidante como las trompetas del juicio final. Utilizaba sus registros con una variedad sosegada y unos contrastes sorprendentes. Y finalmente, la lengua provenzal, que manejaba excelentemente, le ofrecía todo el concurso de sus imágenes coloristas, de sus largos períodos y de sus armonías cantarinas.
De ahí su dominio sobre los recursos más variados que siempre lograban cautivar y aprisionar.
J. Leflon, Eugène de Mazenod… Volume II, p. 112 – 113