Lo que se empezaba a través de la predicación con palabras en el púlpito era ahora confirmado y complementado por representaciones que apelaban a todos los sentidos y dejaban una impresión inolvidable en la gente. Por esta razón, Eugenio ponía mucho énfasis en que estas ceremonias tuvieran lugar en la misión y en que estuvieran bien preparadas. En 1837, después de veinte años de experiencia, él insistía:
Entre esas costumbres, las hay que son consideradas como esenciales y otras que pueden ser vistas como circunstanciales. Lo que está prescrito en la Regla, como por ejemplo la entrada de los misioneros en la región que van a evangelizar, no puede ser suprimido, ni aun transitoriamente, más que con una autorización expresa de mi parte.
La consagración a la Santísima Virgen,
la renovación de las promesas del bautismo,
la promulgación de la ley,
la procesión del Santísimo Sacramento,
el servicio para los difuntos y la instrucción después del Evangelio de la misa solemne de requiem, así como la procesión y el responso en el cementerio,
la primera procesión llamada de penitencia,
el ejercicio preparatorio al acto de contrición y el acto de contrición separado para los dos sexos,
y la comunión general,
son de rigor para todas nuestras misiones.
Carta a Eugene Guigues, el 5 de noviembre 1837, E.O. IX n. 652.
En los días siguientes trataré sobre estas ceremonias, muy importantes para comunicar el mensaje a las pintorescas gentes de Provenza.