Continuamos examinando las ceremonias de la misión centradas sobre la renovación del compromiso bautismal. Hoy, cuando leemos las reacciones de los oyentes de las actividades de los misioneros, podemos estar tentados de desestimar la gran cantidad de sollozos, las copiosas lágrimas y las emotivas expresiones de conversión, quitándoles importancia, como si fueran exageraciones de un género literario de un pasado romántico. Sin embargo no es sorprendente la reacción de la gente cuando uno reflexiona sobre cuán hambrientos estaban de verdad, de una sólida dirección y de sentido en sus vidas después de años de vacío espiritual.
El Superior retomó el discurso y tras un preámbulo hizo renovar a los fieles las promesas de su bautismo en voz alta y a manera de respuesta, lo cual dio pie a una peroración que la circunstancia volvió emocionante, durante la cual los sollozos casi cubrían la voz del predicador que se veía obligado a forzarla para que se le oyera.
La naturaleza humana pide una presentación del Evangelio que haga referencia a todos los aspectos de la persona y no solo hacia una cabeza y unos sentimientos de culpabilidad. Estoy seguro de que san Eugenio continúa retándonos hoy para permitir que nuestra percepción del Evangelio haga referencia a todos los aspectos de nuestra vida y, particularmente, a nuestros corazones y emociones. Eugenio, sin embargo, invita también a la gente a reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones y a asegurar que sus emociones no tomen el lugar de sus cabezas. ¿Qué se resalta más, el sacramento recibido o la fiesta posterior? ¡Parece que los tiempos no han cambiado mucho!
Se dio la bendición y luego, después de la oración, avisos muy enérgicos sobre un abuso escandaloso que se ha deslizado entre las otras abominaciones que el demonio había introducido en el país: es que en los bautismos la numerosa tropa de mozas y de mozos que acompañan al padrino se abrazan sin reparo y bailan luego todo el resto del día..
Diario de la misión de Marignane, el 12 de diciembre 1816, E.O. XVI