La culminación de la misión con los hombres era la Misa especial para ellos, donde eran invitados a recibir la Comunión –para muchos la primera o la segunda vez en sus vidas:
La Misa en que debían comulgar los hombres a las 8. Las mujeres no fueron admitidas en ella. A las 7 los hombres estaban ya reunidos y anunciaban con su recogimiento las disposiciones con que se acercaban a la santa Mesa. En la Misa hubo incensación mayor, aunque no era cantada. El Párroco asistía en el altar con estola. Se inició la ceremonia con el Veni Creator.
Antes de dar la comunión el Superior que decía la Misa habló por un cuarto de hora o veinte minutos. Los asistentes que llenaban toda la iglesia habían sido preparados por las reflexiones piadosas y las oraciones que un misionero había hecho durante toda la Misa, y ciertamente el Señor ha sido grandemente glorificado en este hermoso día.
Era un espectáculo verdaderamente imponente la reunión de tanto número de hombres que ni siquiera se permitían volver la cabeza, manteniéndose en un recogimiento y un silencio que habrían dejado oír el vuelo de una mosca, acercándose a la sagrada Mesa con una modestia angelical, muchos con los ojos bañados en lágrimas, sin confusión y sin encogimiento, como si hubiesen hecho toda la vida lo que hacían acaso por primera o segunda vez. Es que cuando sopla el Espíritu de Dios, hace progresar en poco tiempo.
Se veía a jóvenes, hasta entonces disipados porque habían ignorado siempre los encantos de la virtud, competir en fervor con viejos octogenarios que bendecían al Señor por haberlos retirado del precipicio en el que iban a ser engullidos. Entre otros ancianos se presentó uno de 88 años que recibió la santa comunión sin poder contener las lágrimas. No se recordaba en el pueblo haberlo visto nunca acercarse a los sacramentos.
Tras la Misa se cantó el Te Deum y luego se dio la bendición del Santísimo Sacramento.
Diario de la misión de Marignane, el 15 de diciembre 1816, E.O. XVI