Los misioneros querían marcar una diferencia en las vidas de aquellos que asistían a la misión, ayudándoles a vivir todos los aspectos de su vida a la luz del Evangelio. El texto de hoy muestra lo concerniente a las chicas de los pueblos y a como su mala conducta sexual llevaba consigo, a menudo, trágicas consecuencias para ellas. Era una cuestión de cómo comunicar valores morales en un contexto que no siempre era propicio para ello. Todavía hoy, después de doscientos años, podemos encontrar insólito el tenor de la frase “renunciar públicamente a los bailes y a otras distracciones peligrosas”, pero los peligros entre los jóvenes eran tan reales entonces como lo son ahora – considerando los distintos contextos. En los pueblos pobres donde había pocos entretenimientos aparte de los bailes, los misioneros estaban intentando proteger a las chicas de algunos peligros vinculados con esta forma de pasatiempo.
Hemos establecido en nuestras misiones esta asamblea especial de las jóvenes para hacerles palpar y demostrarles la necesidad de renunciar a los bailes y a los paseos con los jóvenes. La experiencia nos ha mostrado que ese era el mejor y tal vez el único medio de hacerlas vencer un prejuicio favorecido por tantas pasiones. No se permite a las muchachas que aún no han hecho la primera comunión asistir a esas reuniones porque ahí se habla sin rodeos y se explica con toda claridad el peligro, recordando con horror todo lo que ocurre en esas abominables ocasiones y descubriendo las pérfidas intenciones de quienes no buscan otra cosa que seducirlas. Hay que hablar con mucha autoridad y con gran vehemencia: es uno de los ejercicios más importantes de la misión.
De este modo, las chicas recibían instrucciones especiales y eran invitadas a formar parte de una congregación donde podían ayudarse unas a otras. Durante la procesión en honor de la Santísima Virgen María ellas hacían su acto de consagración. En la misión de Marignane, a pesar de una fuerte oposición, Eugenio estaba feliz con los resultados:
Esta vez el éxito fue completo, y nunca fue menos esperado porque hasta entonces las jóvenes habían mostrado sentimientos tan contrarios a lo que se les debía exigir, que los misioneros empezaban a sentirse alarmados. Al amor por el baile, que es una pasión desenfrenada en ese pueblo, y a la costumbre, o mejor dicho a la voluntad muy resuelta de no renunciar a él, su juntaba una prevención casi invencible contra la congregación y el muy escaso número de muchachas que la componían; hay que añadir también un despecho muy vivo y muy arraigado contra el párroco. Había que vencer tantas pasiones, y la gracia de Dios bondadoso triunfó sobre ellas.
La impresión fue profunda; las lágrimas no cesaron de correr y el resultado fue que todas se hicieron inscribir para ser recibidas en la congregación. Terminado el ejercicio, las jóvenes no cabían en sí de gozo y se lo testimoniaban mutuamente abrazándose desde el fondo de sus corazones.
Diario de la misión de Marignane, el 24 de noviembre 1816, E.O. XVI