Eugenio continuó su descripción de la ceremonia y de la procesión con una verdadera sensibilidad Provenzal:
La procesión recorrió las calles del pueblo que estaban llenas de agua, de barro y de basura; pero parece que al hollar con los pies esas inmundicias, brotaban manantiales muy abundantes de gracias.
¿Qué habría sido si, en vez del miserable Superior que tenía que asumir para sí tanta parte de esa expiación, que habría debido ser toda para el pueblo, hubiera podido presentarse como víctima cualquier otro misionero? Pero convenía que fuera él quien se ofreciese; no sin decirse que era el menos digno precisamente por ser el más necesitado .
En todo caso, esta ceremonia produjo el más profundo efecto y atrajo gracias abundantes sobre la misión.
Cuando regresó la procesión, que se había efectuado con notable recogimiento, el Superior entregó la cruz a un acólito y se postró rostro en tierra al pie del altar; siguió en esa actitud rogando por la conversión del pueblo, y no se alzó hasta después de la bendición.
Volvió entonces a la sacristía, y la porfía de la gente por ir a enjugarle los pies, que un misionero, en un gesto espontáneo de humildad, no pudo retenerse de besar, produjo una explosión de sensibilidad que difícilmente podrá borrarse de la memoria de quienes fueron testigos. .
Diario de la misión de Marignane, el 24 de noviembre 1816, E.O. XVI
El Ceremonial para Misiones ofrece más detalles explicativos:
Mientras la procesión retorna y mientras el Superior está postrado en frente de la Cruz, un Misionero, desde el púlpito, hace reflexiones y sugiere sentimientos apropiados para la ocasión, mientras dirige los ojos y la atención de todos los presentes al ejemplo del Salvador, quien ha tomado sobre sí todas las iniquidades…
Después de la Bendición con el Santísimo Sacramento, cada uno besa el Crucifijo, empezando el celebrante y los sacerdotes.
Ceremonial de Laus,
Reproducido en YENVEUX, A., Les Saintes Règles… volume 2, p. 191.