Una vez que comenzaban las confesiones, los misioneros pasaban la mayor parte de su tiempo en el confesionario.
El hecho es que estamos en el confesionario todo el tiempo que no estamos en el púlpito o en el altar, y apenas nos damos el tiempo para comer; solo con dificultad nos concedemos media hora de recreo tras el almuerzo, y aun ese tiempo siempre es empleado en asuntos conectados con la misión, pacificación, negociaciones, instrucción privada de personas que han aparecido en el tribunal ignorando las verdades necesarias para la salvación, etc..
Diario de la misión de Marignane, el 10 de diciembre 1816, E.O. XVI
Sevrin escribe un excelente pasaje sobre este ministerio, arrojando luz sobre su propia experiencia misionera:
La confesión, que reconcilia las almas con Dios, era la tarea, el eje de toda la misión; y si exigía penitentes, hombres sobre todo, esfuerzo generoso, era para el sacerdote el ministerio más pesado y más consolador, el más oscuro y más glorioso. Pasar casi sin respiro del púlpito al confesonario y del confesonario al púlpito, es lo que les pasó a los misioneros en muchas misiones. Había cansancio físico y tensión moral insospechados en quien no confiesa; pero tal vez no se equivocaría suponiendo que el recuerdo siempre en aumento de tantas confidencias recibidas, de tantas conciencias sosegadas, de tantos corazones apaciguados, de tantas resoluciones sinceras, incluso si no eran a toda prueba, en una palabra, que tantas maravillas de la gracia de las que ellos eran testigos, han debido, más que todo el resto, mantener a los misioneros en la convicción inquebrantable de que su obra era buena y querida por Dios
SEVRIN, “Les missions” I, p. 236
Añadir a esta descripción el hecho de que el misionero Oblato era consciente de que, sobre todo, él estaba haciendo este ministerio como un cooperador de Cristo Salvador, como una “co- redentor”, y ahí tenemos un cuadro completo de su vocación misionera.