En su Diario de 1839, Eugenio continúa reflexionando sobre su vocación. Como hijo de la “alta sociedad” de Aix, él podía haber aspirado a una alta posición en la diócesis, porque su padre había sido Presidente de la Corte de Finanzas. Como seminarista, Eugenio había tomado el escudo de armas de su padre (su mortier– que era una cabeza cubierta de terciopelo que denotaba los juicios de la Corte, situada en su vestido presidencial), le dio la vuelta y colocó una Cruz y una corona de espinas sobre estos símbolos de poder. Aquí ya vemos la importancia del símbolo de la Cruz en la vida del futuro fundador.
Fue también este sentimiento el que determinó mi opción cuando, de vuelta en Aix, el obispo de Metz [Mons. Jauffret] entonces administrador de la diócesis, me preguntó qué quería hacer. Ni un pelo de mi cabeza pensó entonces en prevalerse de mi posición social para dejar entrever pretensiones que todo el mundo habría encontrado razonables en aquella época. Preferí estar en el umbral de la casa de mi Dios, era mi divisa.
Está trazada en un dibujito que mandé hacer estando en el seminario que expresa perfectamente el secreto de mi corazón. Mi escudo de armas colocado sobre la capa de presidente de mi padre, separada y tirada negligentemente sobre un banco de piedra, con el birrete y la corona echados por tierra; era una cruz de madera y una corona de espinas rematando el escudo en lugar de los ornamentos a los que testimoniaba renunciar pisoteándolos por decirlo así. Esa era la verdadera expresión del secreto de mi vocación.
Diario del 31 de marzo 1839, E.O. XX