Courtès, involucrado profundamente con el Fundador desde el comienzo, es citado diciendo con nostalgia que las misiones de los primeros tiempos juntos como Misioneros nunca serían superadas. (H. Courtés, Mémoires, citado en RAMBERT, Volumen I, p. 228).
Era el entusiasmo de algo nuevo – un grupo de hombres experimentando la emoción de ver que su ideal se hacía realidad, junto con la maravillosa sensación de percibir los resultados. Con cada misión, sus ideales eran transformados y fortalecidos. Eugenio participó con ellos hasta 1823 y, en estos años, inyectó a estas misiones todo lo que era especial y peculiar de su propia visión y de su espíritu. A partir de entonces, si bien es cierto que a distancia, él estaría totalmente implicado como Superior General en todos los detalles de las misiones, hasta que la Congregación llegó a ser demasiado grande para que pudiera estar estrechamente involucrado en cada detalle.
Su interés en las misiones no estaba limitado solamente a los Oblatos, sino que se extendía a su diócesis. Como Obispo de Marsella animó activamente las misiones populares, y en alguna ocasión escribió una carta pastoral a sus diócesis apoyando el que fueran realizadas regularmente. Como joven sacerdote, había reconocido la importancia de las misiones populares y había dedicado su vida a este ministerio – ahora, treinta años después, él permanecía férreamente en la misma convicción. En un hermoso pasaje de su Diario en 1846, escribió sobre su alegría al poder participar en las ceremonias de una misión en su diócesis como Obispo:
[Clausura de la misión de St-Antoine]: ¡Hermosos días para un obispo estas clausuras de misiones!. Que no se me esté agradecido porque nunca rehúso hacerme presente. El ver a una parroquia reconciliada con Dios, recibir de las manos de su pastor el Cuerpo de Jesucristo, el dirigir palabras edificantes a esta porción de mi rebaño, cumpliendo así el importante deber de predicar, impuesto a los obispos, y el dar la confirmación a hombres que sin eso no la recibirían, es un consuelo que compensa de toda fatiga. Creería cometer un pecado mortal si, pudiendo tan fácilmente dar el Espíritu Santo y formar cristianos perfectos, me abstuviera por frívolos motivos de acceder a los deseos de las almas que se me han confiado.
Diario, el 22 de marzo 1846, E.O. XXII