En 1839 Eugenio continúa sus reflexiones sobre su vocación. Habiendo hablado sobre la consigna y el escudo de armas que él había dibujado en el seminario, con la Cruz y la corona de espinas sobre la insignia girada del poder y del status, prosigue:
… Esa era la verdadera expresión del secreto de mi vocación. Respondí al Sr. obispo de Metz que mi única ambición era consagrarme al servicio de los pobres y de la infancia. Hice así mis primeras armas en las cárceles y mi aprendizaje consistió en rodearme de muchachos a los que instruía. Formé a muchos en la virtud. Llegué a ver hasta 280 agrupados a mi alrededor, y los que todavía hoy se mantienen fieles a los principios que tuve el gusto de inculcar en sus almas y honran su fe en los rangos de la sociedad o en el santuario, sostendrán por mucho tiempo, en Aix o en los lugares donde se han dispersado, la fama que esa congregación se había ganado justamente mientras pude brindarle mis cuidados.
Pues bien, este doble ministerio contribuyó a mantenerme en mis ilusiones. No encontré entre aquellos pobres prisioneros y aquellos muchachos que me miraban como su padre más que a almas agradecidas y corazones llenos de afecto que respondían del todo a la tierna caridad que yo sentía por ellos. Me amaban hasta el punto que varias madres me decían que no podían estar celosas pues ese sentimiento les probaba la bondad de sus hijos, pero que en verdad éstos me amaban más que a ellas, sus propias madres
Diario del 31 de marzo 1839, E.O. XX