La concepción de Eugenio de la vocación oblata era un estilo de vida y de misión que fuera lo más cercano posible al de Jesús y sus discípulos. En nuestra primera Regla, él nos definió como “llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores de la humanidad”. En nuestra reciente serie de reflexiones sobre las misiones populares veíamos como ellos intentaban imitar lo más ce cerca posible el espíritu y las acciones de Jesús y de los discípulos en su misión en Israel. Bajo esta luz Eugenio escribe:
He dicho que mi intención, al consagrarme al ministerio de las misiones para trabajar ante todo en la formación y conversión de las almas más abandonadas, había sido imitar el ejemplo de los Apóstoles en su vida de entrega y de abnegación. Estaba convencido de que, para lograr los mismos resultados en nuestra predicación, había que seguir sus huellas y practicar las mismas virtudes en la medida que fuera posible.
Rambert, I p. 187
Sus primeras experiencias de misión juntos en Grans habían convencido a Eugenio de la necesidad de profundizar más allá de las acciones: ellos tenían que imitar las virtudes, los más profundos vínculos de unión existentes entre Jesús y los discípulos. Era una llamada a ser penetrados cada vez más por los aspectos más profundos de esta relación:
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que está haciendo el maestro; ahora os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre. (Juan 15, 15).
Esto es la oblación para mí: un compromiso de ser amigos de Jesús y de vivir, como misioneros, la plenitud de comunión y de intimidad con él.