Mi idea fija fue siempre que nuestra reducida familia tenia que consagrarse a Dios y al servicio de la Iglesia mediante los votos religiosos.
Rambert, I p. 187
El corazón del viaje de conversión de Eugenio, cuya culminación está expresada en su “experiencia del Viernes Santo”, se contiene en su compromiso de vivir “sólo para Dios…”. Su ordenación y su entrega al sacerdocio confirmaron esta orientación hacia la consagración: “deseo vivir solo para ti…” (consultar las entradas del cinco de septiembre de 2010 y del 3 de diciembre de 2010).
Ahora quería compartir con otros la riqueza del consagrarse a “vivir solo para Dios”, lo cual había sido la fuente de sentido de su vida en los diez años previos. En 1813 el ya lo había puesto en práctica con los miembros de su Congregación de la juventud. En el archivo Oblato de Roma (APR DM VIII 3) tenemos, escrita a mano, una copia del texto de consagración de los jóvenes que contiene las firmas de cientos de congregantes desde 1813 hasta 1822. Es una consagración a la Santísima Trinidad “a través de las manos de la Santísima e Inmaculada Virgen María, nuestra madre y patrona”.
Es natural que Eugenio quisiera compartir algo que apreciaba muchísimo con quienes eran sus más íntimos. Para los Oblatos quiso que esta consagración contuviera toda la profundidad y compromiso que se expresa a través de los votos.