El viaje de conversión del Presidente de Mazenod lo condujo al sacramento de la confesión. Eugenio ahora lo invita a acercarse a este sacramento regularmente para mantener la fuerza y el movimiento de su conversión. Su idea del sacramento no es la de una lista de ropa sucia que tiene que lavarse, sino una regular oportunidad sacramental para parar y revisar el progreso de la vida de uno mismo durante un periodo de tiempo y hacer los cambios necesarios para mantener la dirección deseada.
Pero, sobre todo, conjúrela, en mi nombre, a que se confiese con frecuencia, con mucha frecuencia.
Que me perdone la comparación: un recipiente muy sucio, en el que las heces se han depositado por mucho tiempo y se han incrustado en las paredes, después de ser lavado, debe ser enjuagado repetidas veces; y luego ¿no tiene ella mucha necesidad de una gran gracia? Cada vez que reciba el sacramento de la penitencia, recibirá un aumento de gracia santificante, y en el estado de aridez en que se halla su alma, haría falta que esa fuente manara de continuo. Con semejante ayuda, se puede hacer mucho camino.
El hijo se regocija de lo que está pasando en la vida de su padre y repite, una vez más, su deseo de reencontrarse de nuevo.
Me complazco con la idea de esa conversión; Dios no podía haberme dado un consuelo mayor, pero me falta todavía gozar de la dicha de ver los frutos con mis propios ojos. No deje de decir a esa querida persona que la ayudo con todo mi poder a dar gracias al Señor por el favor insigne que le ha concedido.
Carta a su padre, C.A de Mazenod, 7 de Julio de 1816, E.O. XV n.137