En resumidas cuentas, el P. Tempier y yo juzgamos que no había que aplazarlo más, y el jueves santo (11 de abril de 1816) recogidos los dos bajo el andamio del hermoso monumento que habíamos hecho en el altar mayor de la Iglesia de la misión, con un gozo indecible, hicimos los votos en la noche de ese santo día.
Hicimos nuestros votos con indecible alegría. Saboreamos nuestra dicha durante toda esta hermosa noche en la presencia de nuestro Señor, al pie del trono magnífico donde lo habíamos puesto para la misa de los presantificados del día siguiente…
Rambert I, p. 187
Eugenio y Henri Tempier, teniendo una misma mentalidad en cuanto a la necesidad un compromiso formal con Dios y con los demás por el bien de la misión, hicieron votos privados. Eugenio no nos habla del contenido preciso de estos votos, pero parece, por el contexto y los posteriores acontecimientos, que estaban centrados en la obediencia a Dios y cada uno al otro mutuamente, buscando el vivir cada día de la vida cotidiana en comunión con Dios.
La descripción del contexto que hace Eugenio es importante. Es un Martes Santo y durante el tiempo de oración ante el “Altar del Reposo” (donde la Eucaristía es reservada para la distribución en el oficio del Viernes Santo, que es conocido como la “Misa de la pre-santificación” en aquel tiempo). Este tiempo de reflexión rememora el tiempo que pasó Jesús en oración en el huerto de Getsemaní mientras, agobiado por los acontecimientos que estaban teniendo lugar, vivió en plena comunión con el Padre aquel momento. El “no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Marcos 14, 36) de Jesús al Padre llega a ser el compromiso del “no lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” de Eugenio y Henri Tempier al Padre y, consecuentemente, la clave para entender el sentido de oblación