Nos encontramos en el año 1816 y hemos reflexionado sobre la fundación de los Misioneros y su establecimiento como una comunidad de predicadores en las aldeas de habla provenzal y el desarrollo de una misión permanente a través de su presencia en la ciudad de Aix en Provence. Como punto central se encontraba la persona, los ideales y la energía de Eugenio. En aquellos primeros meses, se entregó en forma entusiasta e intensa, como lo describe a su padre:
En este momento no puedo hacer otra cosa sino trabajar, y es del todo contra mi gusto. Pero, ya que Dios lo exige, tengo que conformarme. Empiezo de ordinario a las 5 de la mañana y termino a las 10 de la noche, a veces a las 11. ¡Soy feliz cuando se me deja tiempo para decir mi oficio, como es debido! No puede ser de otra manera ; después de todo ¿qué importa? Con tal que Dios sea glorificado y se haga el bien, no podemos desear más. Sólo para estamos en la tierra. ¡Qué dicha servir a un dueño que os lleva cuenta de todo! ¡Qué locura anhelar otra cosa que agradarle!
Carta a Charles Antoine de Mazenod, el 8 de julio 1816, E.O. XV n. 137
Al esforzarse en mantener este ritmo, los cercanos a él fuera de la comunidad, comenzaron a preocuparse. En esta carta a su amigo de largo tiempo, Forbin-Janson, habla de anteponer su trabajo a sus asuntos personales, afectando en consecuencia, sus relaciones personales:
Tan lejos estoy de quererme excusar, mi querido amigo, que te escribo de rodillas porque realmente siento que te he ofendido. Si hubiera podido responderte inmediatamente después de recibir tu buena, atenta y conmovedora carta del 22 de junio, te habría escrito en los mismos términos…
Por lo menos, no creas que tus últimos reproches me han apenado. De antemano sabía que los merecía y no pasaba día sin que me los hiciera yo mismo varias veces. Pero lo que parece más chocante en mi conducta es precisamente el mejor argumento que tengo a mi favor.
Si se tratara del ser más extraño a mi corazón, de alguien que me fuera indiferente, me habría apresurado a responder para no parecer grosero, etc. Contigo, no me he preocupado. Subsistiendo las mismas razones que me habían impedido escribirte, no me he creído obligado a buscar algún truco para llegar por fin a lo que siempre quería hacer y nunca hacía. La misma jugada le he hecho, por la misma razón, a mi padre, que echa pestes por su lado. La clave está en que no puedo dar abasto a mi tarea. La carga es tan pesada que me hace temblar de vez en cuando, por miedo de que termine aplastándome del todo. No te escribía, porque lo dejaba para un tiempo, que creía cercano, en que tendría una hora para mí, de la que disponer a voluntad; pero ese momento no llegaba nunca. Hoy he tomado mis precauciones. A pesar de ello, en el intervalo de esta miserable página que acabo de escribir, he tenido que atender a varias personas y escribir tres cartas.
Carta a Forbin Janson, julio-agosto 1816, E.O. XV n 138 y VI n 13