El tiempo que Eugenio estuvo en París fue más largo de lo que él había esperado. El gobierno no daba a los Misioneros su deseada aprobación, así que se vio forzado a buscar otros medios de asegurar la supervivencia del grupo. Su ausencia en la comunidad de Aix le hizo darse cuenta más fuertemente de hasta qué punto la comunidad se había convertido en una parte muy importante de su ser.
Mi muy querido amigo y buen hermano:
Si mis cartas os causan tanto gusto como siento yo al recibir las vuestras, concibo que deseéis recibirlas con frecuencia. En cuanto a mi quisiera tener todos los dias esa dicha. Me aburro lejos de vosotros y suspiro por mi regreso.
Nada del mundo podría compensarme de la agradable estancia en nuestra santa casa con tan buenos hermanos como vosotros. Nunca he sentido tanto el valor de ese «qué bueno, qué grato convivir los hermanos unidos» [ed. Salmo 132]
Comparando el espíritu de su comunidad con otras comunidades, se da cuenta de cuán poderoso es el don del espíritu de familia que hay entre los Misioneros. Esto se debió en gran medida al propio Eugenio y a sus cualidades de ser capaz de acercarse a la gente y ser cariñoso con ellos.
Hago de ello tanto más caso cuanto que veo con mis propios ojos, que no está dado a todas las comunidades gustar esa dicha, más rara de lo que se piensa encontrar en este bajo mundo. Pidamos a Dios que nos conserve esa preciosa bendición que los hombres no podrán quitarnos sino es por nuestra culpa…
Carta a Henri Tempier, el 12 de agosto 1817, E.O.VI n.20
Hasta, prácticamente su último suspiro, Eugenio insistió en que los Oblatos vivieran este ideal de familia entre ellos – pero siempre como base para la misión. La misión Oblata era invitar a aquellos que estaban más abandonados para vivir el mismo modelo en torno a la presencia de Jesús el Salvador.