SACERDOTES EMBUSTEROS O MALICIOSOS SON LA GRAN HERIDA DE LA IGLESIA

Precisamente, Eugenio estaba en París porque algunos sacerdotes de Aix estaban atacando a los Misioneros de Provenza y él necesitaba apoyo para contrarrestarles y asegurar la supervivencia de su comunidad misionera, la cual estaba haciendo mucho bien en Provenza entre los jóvenes, los habitantes de los pueblos pobres y entre aquellos que venían a la Iglesia a encontrar sentido para sus vidas. Irónicamente, por acercarse a la gente abandonada por las estructuras de la Iglesia en Aix, Eugenio y los Misioneros estaban ayudando a toda la Iglesia de Aix y a los pastores que no estaban en una posición de poder llegar a todo su rebaño.

Ciertamente, los sacerdotes no veían la situación desde este punto de vista y sentían amenazada su autoridad; de ahí que se volvieran contra los Misioneros de un modo embustero y malicioso, influenciando la opinión de algunos miembros de la “clase alta” de la ciudad. Eugenio está enfadado porque no son capaces de ver los maravillosos frutos que se están produciendo y llegan a ser como una llaga, una infección en la planta que destruye las buenas hojas.

Los sacerdotes viciosos o malos son la gran plaga de la Iglesia. Hagamos todos nuestros esfuerzos para suavizar ese cáncer devorador, haciendo grupo aparte, por los sentimientos y la conducta; no hay que temer el singularizarnos en eso.
Si hiciésemos como ellos, serían nuestros amigos. En esas condiciones prefiero tenerlos como adversarios y como calumniadores.

Eugenio anima a sus misioneros a permanecer firmes en la tormenta:

Los santos han tenido esa suerte antes que nosotros; imitémosles y alegrémonos de ser tratados como ellos.
El venerable Pablo, de quien os hablaba antes, escribía un día a uno de sus amigos en el momento en que estaba más contrariado: «¡Oh Dios, qué rabia tienen los demonios y qué ruido hacen las malas lenguas! No sé de qué lado volverme y Dios sabe en que estado me encuentro…
Así hablán y actúan los santos; iban siempre por su camino, rezaban y dejaban hablar. ¡Hagamos otro tanto!

Carta a Henri Tempier, el 12 de agosto 1817, E.O. VI n. 20

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