Cuatro semanas después, Eugenio comienza su sermón en un domingo de Cuaresma a los pobres en la Iglesia de la Madeleine con una sincera expresión de gratitud a los oyentes, por la receptividad con la que escuchan el mensaje que él ha estado predicando.
Cuando subimos por vez primera a este púlpito dedicado a la verdad, os manifestamos los temores que teníamos de que nuestra poca costumbre de la lengua provenzal fuese un obstáculo para el fruto de nuestras instrucciones. Con todo, animados por el deseo de seros útiles, pusimos toda nuestra confianza en el Señor y nuestra esperanza no quedó defraudada, ya que la experiencia nos prueba que la palabra santa que se os transmite a través de nuestro ministerio es acogida con avidez. Bendito sea Dios, hermanos; es tan grande la alegría que siento que no puedo menos de testimoniárosla.
¿Será para gloriarme de ello? Dios me libre; perezca para siempre un pensamiento tan injurioso para Dios, único autor de todo bien, como nocivo y pernicioso para el insensato que pudiera complacerse en él. Solo tengo derecho a vuestras oraciones, y lo único que merezco es ser señalado con el dedo como un miserable pecador.
Pero, llamado por mi vocación a ser el servidor y el sacerdote de los pobres, a cuyo servicio desearía poder dedicar mi vida entera, no puedo quedar insensible al ver el interés de los pobres por escuchar mi voz;
Instrucción familiar sobre la confesión, dada en provenzal el 4° domingo de cuaresma de 1813, E.O. XV n. 115