El concepto de Eugenio respecto a los Misioneros era que debían ser un grupo de élite al servicio de la Iglesia. Su intención no era el ser pretencioso (“mejor-que-tú”) al decirlo, sino subrayar que su vocación era ser especialistas en la renovación de la Iglesia. Por ello tenían la responsabilidad de luchar por ser los mejores instrumentos posibles a través de la calidad de su vida personal y comunitaria: “ser” para “hacer”.
Los jóvenes formandos debían cruzar la ciudad todos los días para acudir a clases en el seminario diocesano:
Tengo mucho interés en que todos den el buen ejemplo en el seminario…
No deben perder de vista que somos una Congregación de clérigos regulares [ed. Sacerdotes que viven, oran y realizan su ministerio en comunidad] que debemos ser por consiguiente más fervosoros que los simples seminaristas, que estamos llamados a reemplazar en la Iglesia la piedad y todas las virtudes de las Ordenes religiosas…
Deben ser más santos que los alumnos de los Padres del Retiro [ed. una Orden de profesores en Aix], que no deben pensar sino en su propia santificación, mientras los nuestros deben proveerse doblemente para ellos y para aquellos a quienes deberán llevar el conocimiento del Dios verdadero y a la práctica de la virtud.
El modelo que Eugenio ofrece para este proceso de formación es:
que todas sus acciones deben estar hechas con la disposición que tenían los apóstoles cuando estaban en el cenáculo en espera de que el Espíritu Santo viniera abrasándolos en su amor a darles la señal para volar a la conquista del mundo etc.
Carta a Henri Tempier, el 4 de noviembre 1817, E.O. VI n. 29
Este es el modelo de formación que Eugenio deseaba para toda persona que quisiera ser Misionero: ser moldeado para tener la misma actitud de los apóstoles, siendo el Espíritu Santo el verdadero Formador.