Al incrementarse el grupo fue necesario adoptar una Regla común que capturara el espíritu del grupo y cómo vivirlo. Las cartas de Eugenio desde París indican claramente que se encontraba trabajando en el texto. En esta carta respecto a temas de formación, se refiere de nuevo al proceso:
Mientras arreglamos lo que hay que añadir a la Regla…
Quienes se unían a los Misioneros eran jóvenes, casi siempre después de terminar los estudios. Se requería algo de disciplina para permitirles formarse como Misioneros.
El deseo de Eugenio era que tuvieran claro cómo pensar, ser y vivir “todo por Dios” – necesitaban capacitarse para vivir de acuerdo al espíritu del cenáculo. El consejo que les dirige sobre cómo comportarse camino a sus clases, tiene esta intención. Hoy, 200 años después, algunos de los comentarios nos parecen más bien extraños, aunque debemos recordar que su único objetivo era ayudarles a convertirse en misioneros que hicieran “todo para Dios.”
Mientras arreglamos lo que hay que añadir a la Regla será preciso que en cuanto sea dada la señal de salida, los novicios estudiantes se presenten al superior para recibir su bendición; de allí pasarán a la Iglesia para adorar a Nuestro Señor; saldrán después e irán en silencio al seminario, de dos en dos, o de tres en tres, pero no en grupo. Podrán sin embargo romper el silencio hasta el seminario para hablar en voz baja y sin gestos, únicamente con el compañero y sobre materias de clase.
Llegados al seminario, si no es hora de entrar en clase, irán a la Iglesia para adorar al Santísimo. Si deben esperar estudiarán su lección y seguirán observando el silencio más riguroso.
En clase, seguirán exactamente las normas del seminario, y saldrán en cuanto hayan acabado, pasando de nuevo por la Iglesia para dar gracias al Señor. No podrán nunca introducirse en el seminario para hablar, aún a su director, sin haber logrado el permiso antes de salir de casa, cuando se presenten al superior, que dará muy difícilmente ese permiso, porque los demás tendrían que esperar al que ha vuelto al seminario, para volver todos juntos en silencio.
Si no se hubiese previsto la necesidad de hablar con alguien del seminario y que ello fuera verdaderamente indispensable, se pediría el permiso al más antiguo que quedará obligado a informar al superior al regresar a casa y ante el cual tendrán que presentarse después de haber adorado al Santísimo. Si se hubiese cometido alguna falta contra la regla durante el trayecto o en el seminario, se acusarán al superior al regresar.
Carta a Henri Tempier, el 4 de noviembre 1817, E.O. VI n. 29
No nos sintamos tentados a pensar que Eugenio formaba pseudo-monjes egocéntricos, no olvidemos que como resultado de su entrenamiento, estos jóvenes se convirtieron en misioneros valerosos y abnegados que ofrecían sus vidas en forma generosa para llevar el Evangelio a innumerables pobres y abandonados en muchos países del mundo. Se convertían en Oblatos en toda la extensión de la palabra.