Continuando el análisis de su vida durante el retiro, Eugenio se dio cuenta de que era tentado a perderse en el trabajo y pensar que todo estaba bien. Necesitaba mantener el espíritu de su oblación en mente durante sus actividades:
Así, lejos de creer que hago demasiado porque algunos me censuran y falsean las cosas llamando exceso de celo lo que no es más que el simple cumplimiento de un deber, reconoceré que estoy muy por debajo de mis obligaciones y haré más si me es posible.
El detonador fue la calidad de su “ser” que tuviera efecto en la calidad de su “hacer”.
Pero no debo olvidar que para trabajar con provecho por la salvación de los otros, es preciso que me aplique muy seriamente a perfeccionarme yo mismo y que tenga cuidado de no disiparme al dedicarme al servicio del prójimo. Me fijaré como norma irrevocable de conducta que ninguna cosa en el mundo pueda perjudicar habitualmente mi propio progreso en la vida espiritual.
Notas de retiro, agosto 1817, E.O. XV n 144
La “vida espiritual” de Eugenio no excluía en forma alguna a los demás – existía para que los demás pudieran vivir a través de su ministerio.