La tradición espiritual de la “práctica de la presencia de Dios” fue un importante elemento en la relación viva de Eugenio con Dios. Se refirió a ella en su retiro de 1817, que estamos analizando, y lo haría igualmente más tarde. Cinco años antes había escrito un texto al respecto, mostrando la importancia para él de practicarla.
Pero, por santa y por excelente que sea esta oración, no basta para cumplir el precepto del Salvador que quiere que nuestra oración sea «orar siempre, sin desanimarse» [Lc 18,l]. Estaría por tanto en la ilusión quien se persuadiera de haber cumplido del todo ese deber con haber rezado así como así su breviario, incluso con haber celebrado además los santos misterios; «orar siempre, sin desanimarse». Esta oración continua no es imposible como algunos podrían pensar; hasta sería una impiedad el decirlo, ya que N. Señor, que la ha prescrito, no podría mandar algo impracticable.
Un modo sencillo y fácil de cumplir ese precepto es el ejercicio de la presencia de Dios y de las oraciones jaculatorias, añadiendo la importante e indispensable meditación que es como el arsenal que suministra la provisión para el día, “Al meditar en esto, el fuego se inflamó” [ Sal 38, 4]. Por medio de este santo ejercicio el alma fiel está continuamente en compañía de su amado, y si por algunos instantes se ve obligada a alejarse, le testimonia de algún modo, aun de lejos, que su mayor dicha sería no dejarle nunca, y para esto se sirve de las jaculatorias que son como otros tantos dardos de amor que uno lanza hacia Dios para atraer su gracia a nuestros corazones.
Así durante el día, sea que estudie, sea que coma, sea que camine, sea que esté solo o en compañía de otros, tendré sumo cuidado en mantenerme en la presencia de Dios, velando sobre mí para no hacer nunca nada que pueda contristar a mi Padre bueno, y para atestiguarle mi amor, suspiraré a menudo por él con aspiraciones cortas pero vivas, con anhelos secretos, con miradas amorosas a las imágenes que nos muestran lo que ha hecho por nosotros, sus tan ingratas criaturas.
Regla redactada en mi retiro en Aix, Diciembre 1812, E.O. XV n. 109
En esta misma tradición espiritual, Francisco de Asís insiste: “El resultado de la oración es vida. La oración irriga la tierra y el corazón.”