Sea cual fuere la situación en la que los jóvenes se encontraran, se les enseñó a centrarse en la presencia de Dios como su punto de referencia.
Este ejercicio de la presencia de Dios y esas oraciones jaculatorias deben hacerse sin la menor contención de espíritu y de modo que la persona no se dé cuenta. Una simple mirada hacia la soberana majestad de Dios, presente en todos los lugares, y que juzgará un día hasta los más secretos pensamientos, basta para mantener el alma en estado de dependencia en el que debe estar siempre de su Creador.
Estas solas palabras: “Dios mío, te amo” y o bien: “Dios mío, ven en mi ayuda” o bien, “Jesús, mi buen Salvador, ten piedad de mí”, esas solas palabras u otras semejantes, pronunciadas más bien en el fondo del corazón que en la punta de los labios, serán un testimonio suficiente de las disposiciones de nuestra alma en relación para con su amado, y atraerán infaliblemente en nosotros todas las graicas que nos son necesarias para permanecer fieles en medio del peligro.
Règlements et Statuts de la Congrégation de la Jeunesse, 1813, p. 21
La oración para que tomaran conciencia de la presencia de Dios como una fuente constante de sentido que les dirigiera y les diera un significado fue una parte integral de la vida diaria de Eugenio, y por eso comparte cómo lo consiguió:
En los comienzos, parecerá tal vez difícil acordarse de la presencia de Dios en medio de todas las distracciones de las ocupaciones diarias.
Pero se acostumbrarán insensiblemente, siguiendo el método que vamos a indicar; consiste en convenir consigo mismo pensar en Dios cuantas veces escuche sonar el péndulo o el reloj, cuantas veces golpeen a la puerta, o cuando alguno entre en su habitación.
Statuts, Chapitre XIII
“Y estad seguros de esto: Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” Mateo 28, 20