OLVIDEN POR UN INSTANTE SUS PROPIAS DIFICULTADES Y VENGAN EN AYUDA DE NUESTROS HERMANOS Y HERMANAS EN IRLANDA

Tras presentar a la gente de su diócesis el sufrimiento de los católicos irlandeses por su fe, el Obispo Eugenio ahora se refiere al terrible sufrimiento ocasionado por la Hambruna de la Papa, que había comenzado dos años antes, en 1845.  Duraría siete años y en ese lapso murieron de hambre más de un millón de irlandeses y más de otro millón se convirtieron en refugiados en otras partes del mundo.

Eugenio apela a los feligreses de su diócesis para brindar apoyo material y da algunos ejemplos desgarradores de la miseria que pasaban otros católicos.

“¡Pues bien! queridos hermanos, Irlanda que tanto encomienda a nuestro amor a la fe, padece hoy día, bajo la mano de Dios (que con ello quiere sin duda apresurar su liberación), una de las más crueles pruebas de su existencia y se siente cansada por tantas de ellas. Los periódicos, por muy sombríos que sean sus relatos, solo nos dan ideas muy lejanas de la realidad sobre su desdicha actual. Sin darnos todos los tristes detalles, nos hablan de ese país abandonado al hambre y la fiebre, que diezma diariamente y en proporción creciente a sus habitantes. Se escribía el 26 de enero pasado: “El espíritu más fuerte no aguantaría; el hambre está en todas las casas, y aunque la gente muera rápidamente, no se altera la tranquilidad”.  Dicen luego, en esa carta, que el gobierno ha abierto talleres públicos para dar ocupación a mucha gente, pero a causa de la carestía de los alimentos, el salario de un obrero apenas llega a alimentar a dos personas, y con frecuencia resulta que por la necesidad de compartir una pequeña porción, le imposibilita seguir trabajando, condenándoles a un estado de extenuación. Se ven familias enteras de diez y once personas presas de fiebre; los hospitales están llenos, no se puede recibir a todos los que se presentan; se ponen hasta cuatro en el mismo lecho, y mueren en gran número sin quejarse.

Otra carta del 27 de enero dice: “No pueden tener una idea justa de las escenas horrorosas de miseria, capaces de partir el corazón, en medio de las que vivimos; en Irlanda entera el hambre y la fiebre causan terribles estragos”.  »Se ven ciudades con miles de hambrientos que devoran en la esquinas de las calles una sopa que la caridad distribuye, que les evita morir de momento.

En cuanto al campo, entre otras cosas entristecedoras, se cita como ejemplo de lo que allí ocurre, el siguiente informe de un médico “En una cabaña, afectadas por el mal y abandonadas de todo el mundo, estaban cuatro criaturas humanas: una estaba muerta desde hacía días y las demás consumidas por una fiebre ardiente, solo tenían como cama un piso mojado y una manta húmeda para cubrirse. La enfermedad era tan violenta y el cadáver tan descompuesto, que los vecinos no quisieron acercarse al lugar y fue preciso que el médico en persona, aunque solo tuviera una mano, metiera el cadáver en el féretro y se lo llevara para enterrarlo. Los sacerdotes también deben prestar ese piadoso deber”.

Del campo, el pobre pueblo fluye a las ciudades donde sigue el sufrimiento. El hambre ha hecho en todas partes tal progreso “que ha agotado, escribe una fuente, la caridad del pobre para el pobre y que heroica ofrece los últimos recursos y que en ningún país se iguala a Irlanda”.

       …Nos limitamos queridos hermanos a ese cuadro desgarrador; demasiado fuerte para que sus corazones se resistan a olvidar por un instante sus propias dificultades y vengan en ayuda de  nuestros hermanos y hermanas de Irlanda”.

Carta Circular del Obispo Eugenio a la gente de Marsella, Febrero 24, 1847, EO III Circular núm. 2

REFLEXIÓN

Hoy en día continúan las “Hambrunas de Papa» en todo el mundo y sigue resonando la invitación de Eugenio a olvidar nuestras dificultades y llevar el alivio que nos sea posible.

“Mucho del sufrimiento del mundo proviene de nuestra acción o inacción impura y la de los demás. Por ejemplo, la gente mira una hambruna y se pregunta dónde está Dios, aunque el mundo produce suficiente comida para que cada persona ingiera 3,000 calorías diarias.  Es nuestra irresponsabilidad y egoísmo lo que evita que los alimentos lleguen a la gente”. (Lee Strobel)

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